Asesinado
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Era una crónica anunciada. Cuando se conoció la noticia de la muerte del opositor ruso Alexéi Navalny en la cárcel de Yamal-Nenets donde cumplía condena desde diciembre, los grandes medios de comunicación del mundo no ahorraron verbos a la hora de difundir la noticia de su «muerte»: «De repente, predecible muerte de Alexéi Navalny», The New York Times, «Muere Alexéis Navalni, líder opositor ruso», La Vanguardia; y otros más directos como el secretario de política exterior nortemericano Anthony Blinken dijo «debilidad y podredumbre del sistema de Putin» y por supuesto, su esposa Julia Navalnaya, quien salió al frente al instante de saber su muerte y culpó al presidente ruso de lo sucedido con su marido.
Según medios de comunicación rusos, que adolecen de credibilidad, el opositor Navalny salió a dar un paseo y se desmayó. Con 47 años y dos hijos, arriesgó a todo por su lucha contra la corrupción rusa, incluso desde antes de ser envenenado en Alemania donde estuvo recuperándose de ese atentado contra su vida.
«Es imposible vivir en Rusia, pero morir es posible» decía el conocido aforismo del filósofo Dmitri Merezhkovski, fallecido en el exilio durante el estalinismo. La «repentina» muerte de Navalny trae a la memoria aquella frase. Hasta ahora las causas reales de su muerte no han sido esclarecidas aún. De hecho, las autoridades rusas, según el medio Dw news, se niegan por tercera vez consecutiva a entregar a su familia el cadáver del líder opositor fallecido el pasado viernes. No conocen el paradero de sus restos ni la causa de su muerte.
De momento, lo que sí hay son detenidos por las manifestaciones en memoria del Navalny donde las autoridades rusas desplegaron operativos policiales en múltiples ciudades. Más de 400 personas fueron detenidos por participar en los memoriales y más de 150 han sido condenadas ya a «penas cortas» de cárcel.
El presidente, Vladímir Putin, no ha comentado aún sobre el tema, y otros oficiales de su Gobierno se limitan a decir que aún se están investigando las causas exactas de la muerte de Navalny. El búnker de aliados opositores del político fallecido afirma que las condiciones deplorables de la cárcel donde se encontraba Navalny pudieron haber sido las causantes de su muerte. Entre acusaciones de Occidente y el malestar ciudadano dentro de sus fronteras, el Kremlin ha preferido guardar silencio, momentáneamente, sobre la muerte del que quizá era la única figura política capaz desafiar al Gobierno de Putin.
Por su parte, la Comisión de la Unión Europea recibió esta semana en Bruselas la visita de la viuda de Navalny, en la que manifestó delante de todos que «continuaré el trabajo de mi esposo» y culpó en una grabación al presidente Vladimir Putin de su muerte en prisión e instó a sus seguidores a que se unan y compartan su rabia. Ese mismo Putin que se prepara para una elección que lo mantendrá en el poder al menos hasta 2030, y donde sí advirtió a las demás potencias que no se inmiscuyan en los asuntos de las elecciones en Rusia.
Julia Navalnaya siempre apoyó a su marido en sus batallas contras las autoridades rusas, asistiendo a sus numerosas apariciones ante la justicia; de pie junto a él en manifestaciones, y esperando a su liberación de prisión: «Vladímir Putin mató a mi marido», ha dicho Navalnaya. «Al matar a Alexéi, Putin mató a la mitad de mí: la mitad de mi corazón y la mitad de mi alma». «Pero todavía tengo la otra mitad», continuó frente a los allí presentes, «y me dice que no tengo derecho a rendirme. Continuaré el trabajo de Alexéi Navalni; seguiré luchando para nuestro país».
La muerte de Alexéis Navalny, a quien conocimos por su incansable lucha en favor de la libertad de su sociedad es un duro golpe al activismo y a la defensa de la libertad y los derechos humanos. Otra víctima más….