Alberto Beltrán: entre la valoración de su memoria y el enigma de su tumba
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Fui invitado por la Corporación Club Sonora Matancera de Antioquia, una entidad con sede en Medellín que, a través de la socialización, educación y, sobre todo, la pasión de sus miembros, se ha encargado de difundir la memoria musical de La Sonora Matancera. A propósito de las actividades previas al centenario de la agrupación, a conmemorarse el 12 de enero de 2024, con ellos tuve el honor de dictar una charla que trató de identificar cierta presencia de esta banda en la República Dominicana, a través de la radio y las grabaciones. También, pude referirme a la participación de cuatro dominicanos que pasaron por ella: Ramón Emilio Aracena «Chiripa» (miembro, trompetista), Héctor Zarzuela «Bomberito» (miembro, trompetista), Johnny Pacheco (invitado, flautista) y Alberto Beltrán (invitado, cantante).
Allí pude ver, una vez más la admiración que profesaban por el último. Entonces surgió la pregunta, ¿Qué tan cierto es el refrán «nadie es profeta en su tierra»? En una época, Alberto Beltrán lo fue a medias. No tuvo la desaprobación que consigna el evangelio de San Lucas; sin embargo, mucho ha costado que en su patria reconocieran una de las trayectorias más impactantes que pudo haber tenido un artista de la música, a través de una exitosa discografía y tomando escenarios junto a importantes agrupaciones.
Los dominicanos hemos ofrecido moderada valoración al cantante romanense, sobre todo por sus registros junto a La Sonora. Lo contrario ha sucedido en el exterior, donde éste siempre ha tenido más querencias, incluso en estos tiempos. En Cuba, México, Panamá, Colombia, Venezuela y Perú, su obra es parte de eternas odas y altares de melómanos de música de antaño que nada tiene que ver con la edad. Estos mantienen vivo el recuerdo de un intérprete de voz y estilo imponentes, de quien siempre se supo su nacionalidad, porque la exaltaba con orgullo, y porque las canciones que eligió siempre desnudaron el talento de la pluma del patio y, además, en medio del nutrido repertorio que expuso, el merengue tuvo importante cuota.
A propósito de merengue, El negrito del Batey es el responsable mayor del posicionamiento de Beltrán en estos países. Es una composición concebida para Joseíto Mateo, pero que el protagonista de esta tinta grabó primero. Las letras son de Héctor J. Díaz y la música de Medardo Guzmán, quien tenía una orquesta de la que Beltrán fue miembro y donde pudo cantarlo por primera vez.
De voces autorizadas de Colombia, se escucha decir que este tema fue el primer gran éxito de La Sonora Matancera en aquel país. Para muchos colombianos, es merecedor de todos lauros. Por ejemplo, para los caleños, quienes convirtieron el bolero El 19 –de la autoría de Radhamés Reyes Alfau, y grabado con La Matancera en 1954– en grito de júbilo de la fanaticada del fútbol. El 19 de diciembre de 1979, el equipo América de Cali ganó su primer título de campeonato, 2 goles a 1, frente al Unión Magdalena. Por varios días y por toda la ciudad, la gente celebró cantando, “Oye/ lo que quiero decirte/ fechas hay en la vida que nunca podemos/ jamás olvidar». El tema se convirtió en símbolo de un momento inolvidable. Posteriormente, en contrataciones que le hicieron a La Sonora Matancera en Cali, exigían la participación de Alberto Beltrán.
La tumba
En 2006 me contactó Héctor Ramírez Bedoya, para entonces presidente de la Corporación Club Sonora Matancera de Antioquia, quien se dedicaba a investigar sobre la vida y obra de esas figuras que pasaron por la referida orquesta. A través de un amigo en común, pude recibir un libro de su autoría, Celia Cruz, Alberto Beltrán y Celio González. Estrellas de La Sonora Matancera, y con él, una petición: una fotografía de la tumba de Alberto Beltrán.
Posiblemente, el también médico anestesiólogo antioqueño, pretendía actualizar su texto, integrando algunos datos como el día en que murió el cantante, dónde estaba su última morada y, con ellos, añadir la imagen. De inmediato visité el cementerio ubicado en la Av. Máximo Gómez, pues un recuerdo vago me decía que allá estaba. Pero me equivoqué, entonces empecé a preguntar y, para mi sorpresa, todos los cuestionados tenían dudas.
El tiempo pasó, Ramírez Bedoya falleció y yo puse pausa en mi búsqueda. La retomé el pasado 5 de mayo del presente año, tras cumplirse 100 años del natalicio de Alberto Beltrán. Volví a consultar a más personas y el resultado no fue diferente, hasta que pude dar con un artículo que me suministró el periodista Máximo Jiménez, de la autoría del también periodista Fausto Polanco, titulado «Fue notoria la ausencia de artistas en sepelio ayer de Alberto Beltrán».
La reseña pertenece al desaparecido periódico El Siglo, fechada viernes 7 de febrero de 1997, a cinco días del fallecimiento de Beltrán en Miami. Destaca que los únicos artistas presentes fueron Elenita Santos, Joseíto Mateo y Johnny Ventura. También cuenta que el terreno donde estarían los restos de Beltrán, habían sido donados por el ayuntamiento de Santo Domingo. Joseíto Mateo fungió como vocero de aquella y otras informaciones (cabe recordar que, para esa fecha, Joseíto era regidor y Johnny Ventura, vice síndico).
De todo lo encontrado en las líneas de Polanco, lo que llamó mi atención, pues me colocó en la añorada ruta, fue saber que la tumba se encontraba en el cementerio Cristo Redentor.
El enigma
Quiero creer que todo es un misterio. Me cuesta pensar en un desafortunado abandono, ¿de las autoridades que administran aquel campo santo? ¿De los familiares? ¿Se los amigos que se jactaban de contar anécdotas a su lado?. No lo sé.
Al llegar al archivo del Cristo Redentor, y aportando toda la información posible, recibí información dudosa de la ubicación de la tumba. Entre el desorden evidente y poca colaboración de los empleados, me enteré que, para el 4 de febrero de 1997, la misma fecha de su fallecimiento, el ayuntamiento había dispuesto unos terrenos que serían compartidos por varios restos. Su nombre no estaba registrado, pero me aseguraron que, sin importar la fecha del entierro, lo que hay que registrar es la fecha del deceso.
Con todo aquello salí a buscar la tumba. No hubo foto, porque no encontré nada en la cuadra que me indicaron, tampoco en otras recorridas. No pude encontrar la tumba del legendario negrito del batey. Pero abandonar esta cruzada no es una opción. El nombre de Alberto Beltrán merece justo reconocimiento, la historia de la música dominicana necesita el complemento de la admiración y el reconocimiento, negándose a olvidar a aquellos que han puesto en alto nuestra identidad.
1 Comentario
Juan Carlos Carrano
Extraordinario artículo.