Abinader insiste: «Tengo amigos, no cómplices»
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En una reunión con ejecutivos de medios de comunicación, el presidente Luis Abinader dijo que su lucha contra la corrupción iba a ser algo que probablemente le persiga el resto de su vida, pero «estoy dispuesto a pagar las consecuencias porque yo estoy convencido de esto», sentenciaba.
Fue allí donde proclamó la frase «Tengo amigos, no cómplices», y parece que la misma no era parte de los mensajes clave de la circunstancia, sino más bien una decisión ponderada, aunque difícil de mantener en el tiempo, por las implicaciones de costo político que conlleva, en un país como el nuestro, donde el concepto «yo tengo un primo» parece ser garantía de que puedes hacer lo que se te ocurra, sin que hayan consecuencias.
Para muchos la frase era eso, una frase bonita. Ya había dicho algo parecido Juan Bosch en 1963, cuando expulsó de su Gobierno a Virgilio Gell, director de la Oficina de Seguridad y Protección del Presidente, y amigo personal del mandatario durante más de 15 años. Gell fue acusado de corrupción por empresarios y autoridades. Bosch ordenó investigar, y luego lo destituyó y mandó a apresar, proclamando que «…el presidente de la República no tiene amigos, ni enemigos, ni arietes ni parientes…».
Otros presidentes hablaron de su decisión de encarar la corrupción, para terminar envueltos en mayores escándalos, y no hacer nada.
El caso del presidente Abinader parece diferente. Al menos, en lo que va de gestión, ha destituido a varios funcionarios, colaboradores cercanos, sin que le impida hacerlo su estrecho vínculo personal con los afectados.
¿Cuáles son las razones que ha tenido el Presidente para remover funcionarios de su Gobierno? Rumor público, procesos judiciales, escándalos de corrupción.
Luis Abinader ha impulsado programas de lucha contra la corrupción. Se advierte una disposición a encarar este mal que muchos consideran «lo llevamos en los genes». Pero cambiar de cultura no es cosa simple, y en este caso, conlleva un costo político, y hasta personal, que por suerte, parece el Presidente lo conoce, y ha dicho está decidido a afrontar. Repito, al menos así ha pasado hasta este momento.
En el último mes han habido dos casos especialmente díficiles para Luis Abinader: la licencia solicitada por Lisandro Macarrulla, ministro de la Presidencia, debido a la implicación de uno de sus hijos en el expediente del caso Medusa; la destitución del poderoso ex ministro de Educación, Roberto Fulcar, supone un hecho diferente, pues no se conoce que haya un caso abierto de corrupción, aunque muchos cuestionan falta de transparencia en su gestión en Educación.
Fulcar, vicepresidente nacional de PRM, y armador de la campaña de Luis Abinader desde 2015, ha sentido la presión de sectores que no han descansado en sus ataques, aún después de destituido. Algunos le señalan que el ex ministro usaba el Ministerio de Educación como resorte para construir un proyecto presidencial; otros hablan de casos de corrupción en distintos proyectos.
Y en medio de este panorama, el Presidente lo aparta del cargo. Fulcar respondió acudiendo a la Cámara de Cuentas, para solicitar una auditoría a su gestión, y allí proclama que «El tiempo pondrá cada cosa en su lugar», frase interpretativa que, efectivamente, solo el tiempo determinará su significado y repercusiones, porque este juego no termina ahí.