
Abinader ante la disyuntiva de reelegirse
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Podría decirse que el Partido Revolucionario Moderno nació viejo pero grande. Fruto de la división del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), sus más connotados dirigentes se mudaron de casa, la pintaron de azul y le dijeron al país que había una opción de poder distinta a la que ofrecía el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), en aquel momento, ya completando su tercer período constitucional consecutivo, y justo en el momento de mayor popularidad del entonces Presidente Danilo Medina.
Al reformar la constitución en el 2015, el camino quedó despejado para Medina reelegirse al año siguiente. Poco y nada pudo hacer Luis Abinader como candidato del PRM para doblegar al popular mandatario. Pero, dejó una huella, un decente 35%, poco más de 1.6 millones de votos en favor de un partido nuevo, de un candidato medianamente conocido, y ante un hombre que sacó un histórico e inapelable 62% de los sufragios.
Con el desgaste propio del PLD ante los ojos de la ciudadanía, los escándalos de corrupción y su división al filo del año 2020, la oportunidad llegó para Luis Abinader y el PRM. Por primera vez sentían que estaban encaminados a lograr el poder, y así ocurrió. Aunque con un retraso pandémico, el 5 de julio lograron obtener el 50 más 1 que se requería para entrar en Palacio Nacional. Sin embargo, el camino desde entonces ha estado lejos de ser idílico.
A dos años de haber asumido el poder, el gobierno luce más cansado de lo que debiera. Por un lado, producto de las circunstancias. La pandemia consumió la agenda gubernamental y los recursos disponibles. Recién cedió hace poco más de seis meses, pero rápidamente irrumpió la guerra en Ucrania, con serias consecuencias en el aspecto económico. Al no ser un país productor, República Dominicana debe importar todo el petróleo que consume. Para tener una idea de la gravedad de esto, el costo del barril, en agosto del 2020, estaba cuatro veces por debajo del precio actual, lo que los ha obligado a subsidiar el 100% de las alzas, cuyos montos oscilan siempre por encima de los 1,500 millones de pesos semanales.

A eso se suman situaciones internas que alimentan la premisa del PLD de que el PRM «no sabe gobernar». Por solo mencionar algunas, está la no disponilidad de medicamentos de alto costo, por trabas en el proceso de compras; el retroceso en la calidad educativa y en el resultado de las Pruebas Nacionales; el recrudecimiento de la inseguridad ciudadana, y en la insistencia del Ejecutivo de llevar a cabo reformas institucionales, aunque de interés y necesarias, inviables en un momento de tanta tensión política y social. Cada una de estas situaciones ha ido mermando al gobierno, luciendo en muchas ocasiones más a la defensiva que proactivo.
A eso se le suma el gran Talón de Aquiles del gobierno: la comunicación. Desde el primer día, el presidente, primero electo y luego en funciones, fue desgastando su figura. En transición, por ejemplo, mantenía a la gente cautiva con los «tuit-decretos», nombramientos a futuro de su administración. Y luego, como si problemas no le faltaran, ponía el pecho a toda crisis gestada fuera de Palacio pero muy cerca de su equipo político. El caso de Educación, en manos del ministro Roberto Fulcar, es un ejemplo de esto.
Si a todo eso se le agrega el actual contexto económico y social, con alza de precios de productos de primera necesidad, la contención casi insostenible de los combustibles y la insatisfacción por medidas como el incremento del precio de la enería eléctrica, se transforma en una olla a presión difícil de sortear.
Por supuesto y a pesar de todo ello, Luis Abinader tiene la primera opción de retener el poder en el 2024. Es el Presidente, no debe reformar la Constitución, y nadie de peso le pelea la boleta a lo interno del PRM. Por ese lado, el camino luce despejado. Pero por el otro, y aunque existan voces que insistan en su consolidación e incluso crecimiento en popularidad, lo cierto es que la realidad es innegable: existe un desgaste, entre natural y acelerado, de la figura del mandatario que complica la segunda mitad de su gobierno y deja en estela de duda la posibilidad de un segundo mandato.
Aunque no ha hecho oficial que será candidato, las leyes no escritas del poder son claras: el poder no se cede. La disyuntiva está en la mesa y el panorama no es alentador. Otra cosa sería bajarse por temor a perder, y ahí creo que Abinader va a preferir luchar y ganar, o luchar y caer con las botas puestas, pero nunca bajarse sin medirse en las urnas, probablemente, por última vez. Pronto lo sabremos.