La culpa de la derrota siempre es de los otros
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Para cualquier ciudadano dominicano de más de 30 años el concepto «pataleo» está muy arraigado cuando se trata de procesos electorales. La razón de esta actitud radica fundamentalmente en dos aspectos: la cultura del fraude y el predominio de la idea de que el líder nunca reconoce su derrota, mucho menos renuncia ante su fracaso.
En muchos países de Europa, por ejemplo, cuando un líder político cosecha un fracaso electoral importante, por lo general acepta su derrota, pone su puesto a disposición de la militancia de su partido o, en el caso extremo, pero común, renuncia para dejar a otro la oportunidad de hacerlo mejor.
En nuestro país eso es impensable. De hecho, ante la derrota, el liderazgo que ha fracasado se aferra a la práctica de querer retener el poder de la organización, se justifica y culpa al vencedor y jamás reconoce que su estrategia y gestión no ha fructificado.
¡Fraude, fraude, fraude!
Aludir al fraude y al uso de los recursos del Estado son de los argumentos más usados, pero no los únicos. Las justificaciones incluyen acusar de traición a «sectores internos», fraudes electrónicos nunca comprobados, cambio de resultados en el conteo de las boletas, alteración de cifras, robo de urnas, compra de cédulas, y una lista extensa de alegaciones.
Lo cierto es que el fraude o el intento de unos imponerse con «malas artes» sobre los demás nos corre por las venas como una especie de programación genética. Tan generalizada está esta práctica que toda elección a lo interno del partido, del gremio, del club y hasta en una simple junta de vecinos está expuesta a una crisis pos electoral debido a denuncias de fraudes, convirtiéndose en una de las razones de división más común en nuestro país.
Ahora bien, esa cultura del fraude y de arrebatar, al menos en lo referente a las elecciones nacionales, hace décadas debió quedar desterrada.
Pero los partidos tradicionales no han querido. Así de simple. No han querido eliminar esas viejas prácticas, pues todos se han beneficiado en algún momento de ella y, peor aún, aspiran a servirse apenas tengan el chance.
Los partidos Reformista Social Cristiano, Revolucionario Dominicano, de la Liberación Dominicana y Fuerza del Pueblo han acudido a estas malas prácticas en mayor o menor medida. Y por supuesto, todos han tenido la oportunidad de mayorías legislativas y nunca han aprobado una ley de partidos que erradique el mal.
En las elecciones municipales del pasado domingo 18, como en todas las anteriores, hubo denuncias de compra de votos, uso de recursos del Estado, distribución de dinero y una que otras quejas de votantes dislocados.
Es importante destacar que, a pesar de esos incidentes aislados, la Junta Central Electoral hizo su tarea y hoy su trabajo es reconocido casi por todos los sectores.
También es justo decir que en estas elecciones, comparadas con anteriores, las denuncias de irregularidades y casos de compras de votos es notoriamente menor.
Lo que no ha cambiado es la actitud de los perdedores, que en esta oportunidad tienen colores morado, verde y blanco. El liderazgo de esas entidades no acepta el hecho de mirarse hacia adentro, de analizar las posibles causas de la abstención, ni la baja votación en lugares que se suponía la votación les favorecía o podría ser cerrada. Obvian la autocrítica y se justifican la derrota en las acciones de los demás, no en las propias.
Claro, no reconocer los errores tiene su ventaja, pues la militancia tiende a creer la justificación y liderazgo sobrevive al vendaval.
Mientras hasta los observadores internacionales resaltan la «normalidad» del proceso electoral, muchos candidatos y líderes políticos no hallan otra manera de encarar la derrota que no sea con el discurso de que se quebrantó la voluntad popular, que hubo fraude.
Malos candidatos, ausencia de propuestas y una «unidad dividida»
Hubo candidatos a alcaldes y regidores que no lucían ser la mejor opción dentro de los partidos. En recorridos que quien escribe hizo por tres mesas electorales del Distrito Nacional, al conversar con votantes y representantes de los diferentes partidos coincidieron en ese punto. «Se escogieron muchos candidatos malos» sentenciaban.
En el caso de la Fuerza del Pueblo y el PRD fue más común la escogencia de candidatos deficientes, incluso «prestados», como confirmara Charlie Mariotti, el secretario general del PLD, quien expuso que esta organización hasta tuvo que «prestarle» algunos candidatos a la FP para poder completar sus boletas. En otros casos, dando regidurías a gente que lejos de aportarle, al menos, buena imagen al partido, influyeron en la percepción de debilidad y mala apuesta de estas organizaciones.
El otro aspecto importante a destacar es la falta de programas, la ausencia de propuestas reales para que el electorado valorara y se identificara con una o con otra. En esa falencia incurrieron todos los partidos tradicionales, siendo Opción Democrática la única organización política en que casi todos sus candidatos mostraron programas de gobierno municipal, propuestas que socializaron con sus posibles votantes. Claro, es un partido recién creado y su participación en estos comicios tiene mucho de construcción de un espacio en el escenario político dominicano.
Dividido nadie gana
Todos sabemos que dividida ninguna fuerza obtiene la victoria. Miguel Vargas y el PRD lograron articular la Aliaza Rescate RD, una estructura unitaria donde confluyen el PLD, la FP, el PRD y otras organziaciones minoritarias. Pero un fallo de origen le ha restado impacto. Lo que en un principio pareció un «gran golpe de efecto» muy pronto se disipó, pues ni en el anuncio ni durante la campaña se ha logrado hacer coincidir a Leonel Fernández y Danilo Medina, los dos protagonistas de la división.
De hecho, el discurso de ambos líderes ha sido confuso y a esta fecha, a pesar de las candidaturas comunes, en el electorado no está claro cuál es el rumbo que lleva esa nave unitaria.
La derrota, de caras a las próximas elecciones
Aunque la oposición ahora dice que las municipales no inciden en las presidenciales, vale recordar que previo a las elecciones insistían en que el partido oficialista perdería estas elecciones y ello sería preámbulo claro de lo que sucederá en mayo próximo. El discurso varió en la medida que el 18 de febrero se acercó y terminó en un «no es determinante para la victoria de mayo».
Pero todo el mundo sabe que la importancia que los partidos le ponen a las elecciones municipales no es por ganar gobiernos locales. Es por la percepción favorable que genera a la candidatura presidencial de quien sale victorioso. Y si esa victoria es con un porcentaje tan alto como el obtenido por el PRM y el Gobierno de Luis Abinader, entonces mucho mejor, y claro, en este caso, peor para Rescate RD y sus partidos miembros.
Para muchos dirigentes medios y bajos, incluso para simples ciudadanos, ni Leonel ni Abel tienen posibilidades si no acuden unidos a las elecciones presidenciales de mayo. Pero una cosa es decirlo, desearlo y hasta «golosearlo» y otra muy distinta es lograr un hito de esa naturaleza.
Los escenarios imaginados son que Abel deponga sus aspiraciones y apoye a Leonel, o viceversa. Pero con solo enunciar las dos opciones, la cabeza se mueve sola a ambos lados. No cuadra de ninguna manera. Aunque, asumiendo la buena práctica del optimismo, en política todo es posible.
Si antes del domingo 18 de febrero podía haber alguna duda sobre las posibilidades de la reelección, tras la victoria abrumadora del perremeísmo (a pesar del abstencionismo) el escenario cambia.
Para los perdedores ahora hará falta un esfuerzo mayor para convencer a muchos de echarse encima una campaña electoral de tres meses que, para revertir el impacto de estos resultados, deberá esforzarse al doble cuando menos.
Muchos equipos se dispersaron el mismo domingo en la noche. Gente que se fue a su casa o incluso, pasará a la campaña oficialista, fenómeno que no era igual de haber ganado las municipales la Alianza Rescate RD, lo cual impulsaría la integración y la motivación de los equipos y la militancia. ¡Es que nada cansa más que perder!