
Instituciones sin institucionalidad
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Alguien dijo que no puede haber democracia «sin demócratas», y ello es muy válido también cuando tratamos la cuestión de «la institucionalidad» en República Dominicana.
Por lo pronto, no pueden funcionar correctamente las instituciones públicas, si sus incumbentes no creen en la finalidad y valores de las instituciones.
Definitivamente, los problemas de la Cámara de Cuentas es como «el cuento de nunca acabar». ¿Cuántos juicios políticos tendrán qué hacerse para que haya una institución que funcione según su naturaleza?
Es conocido que en nuestro sufrido país se importan leyes y modelos institucionales, que verdaderamente funcionan en esos países más desarrollados.
Se comprendería, en este sentido, que en dichos países tales instituciones logran sus objetivos siendo transparentes, pero en República Dominicana ello no se consigue debido a que quienes las dirigen no creen en «la institucionalidad».
Así pues, cuando las entidades públicas se conciben «para resolver», como piensan muchos que las manejan, entonces instituciones como la Cámara de Cuentas serán, lamentablemente, impotentes o innecesarias.
Por tanto, la llamada falta de institucionalidad o la precaria institucionalidad, es una característica del subdesarrollo dominicano.
Es que la resistencia para que las instituciones funcionen con apego a las leyes y la Constitución es muy grande, en virtud de los intereses políticos que impiden tal cosa.
De manera que «las turbulencias» en la Cámara de Cuentas (ya hasta juicio político hubo), son consecuencias de lo anteriormente aseverado.
Juan Bosch, en este tenor, estudió las clases sociales en nuestro sufrido país, y al respecto identificó a la pobre y baja pobre pequeña burguesía, como responsables de muchas inconductas en República Dominicana.
¿Es lo anterior la causa «del tigueraje» abundante que tanto se denuncia en las instituciones públicas? Si aplicamos la sociología boschista, ello sería la causa indiscutible de muchos problemas en la sociedad dominicana. Finalmente, con una Cámara de Cuentas inoperante, adocenada, manipulada o atemorizada, la lucha contra la corrupción será, verdaderamente, algo igual a «un sainete».