El discurso del odio
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Lo negativo suele imponerse a las cosas positivas. Para no pecar de absolutistas, en casi todos los aspectos de la vida, lo malo trasciende a lo bueno. La irrupción y democratización de las redes sociales pusieron al alcanza del ciudadano de a pie un medio a través del cual puede impactar con el resto de la población en cualquier parte del mundo. Así de simple. Es un panorama preocupante, un fenómeno social reciente, pero del que se viene teorizando a gran escala tanto en República Dominicana como en el resto del mundo.
La política no escapa a ese fenómeno. Es sin duda uno de los sectores que más apela a este discurso: requiere un menor esfuerzo para simplemente criticar a laligera, que ir al fondo y debatir con argumentos sólidos cualquier gestión o decisión emanada del aparato burocrático del sector público. La dinámica que reina en estos tiempos en los medios de comunicación, sobre todo radio y televisión –los cuales generan contenidos que sirven a través de sus plataformas digitales– cuenta con una participación de «líderes de opinión» que cultivan un discurso de confrontación desmedida, en muchos casos, de desacreditar todo lo que se dice o se escribe de un lado, para del otro, tratar de imponer su propia opinión, sin importar qué o cómo. Lo que aquí importa es ganar viralidad, cueste lo que cueste.
Un análisis discurso incluido en esta edición señala que «el odio es una de las pasiones más intensas, y a la vez, uno de los instrumentos más utilizados a nivel táctico para mover y concitar la cohesión que muchas veces no pueden lograr por sí mismos ciertos actores de la política ni sus propuestas de campaña». Una afirmación que nos permite entender este preocupante fenómeno cada vez más creciente y arraigado, sobre todo, en las nuevas generaciones que vienen asumiendo liderazgo en la arena política global.
Estamos obligados a impulsar políticas efectivas para enfrentar esta situación, correctísimo, pero más urgente es poner atención a la educación en el hogar, a los hijos, a la familia. Es donde todo comienza. Detractar, criticar, confrontar, atacar, desautorizar y difamar sin medir consecuencias debe ser motivo de preocupación. Y cuando todo esto se manifiesta a través de la clase política, que es la primera en la línea de quienes deben poner el ejemplo, prevalece un clima de negación al beneficio de la duda, de deshechar cualquier discurso, medida o gestión solo porque proviene de un sector con el cual ni simpatizo ni comulgo.
No podemos seguir pecando arropándonos con el manto de la ignorancia, ni como ciudadano ni como sociedad. Este fenómeno, y citamos la conclusión del referido artículo de País Político, «debe llevar a un proceso de reflexión, sobre todo a las sociedades que apuestan al fortalecimiento de su democracia, ya que estos extremistas, radicales u oportunistas sin ideologías pueden atentar contra la estabilidad y el sistema establecido». Combatir el discurso del odio es una tarea de todos.