
De los regicidios a los magnicidios
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La figura de los reyes y presidentes siempre han sido de respetar en el proceso de metamorfosis de lo que llamamos sociedades. El ser humano desde lo más profundo de su pensamiento civilizado o primitivo, ha tenido la necesidad de una figura que de algún modo lleve la dirección de la administración pública y la vida social de un área limítrofe (por supuesto respetando las leyes y sin abusar, para eso se crearon las constituciones) pero no menos cierto es que nuestra capacidad para ser violentos combinado con el extremismo y el descontento de las masas, crean en nuestra consciencia colectiva un cóctel molotov listo para sacar de manera explosiva a los reyes, emperadores, presidentes, primeros ministros o cualquier figura equivalente por la fuerza cuando no cumplen con sus funciones o se exceden en ellas y en muchos casos hasta de manera sangrienta.
El regicidio y el magnicidio son sinónimos de tiempos diferentes. El regicidio es el asesinato de un rey, príncipe o cualquier tipo de monarca. El ejemplo más famoso que tenemos es la muerte del rey Luis XVI como consecuencia de la revolución francesa y la manifestación colérica en aquellas épocas ante sus abusos y excesos.
El magnicidio por su parte es el asesinato de un presidente, primer ministro, figura religiosa de gran relevancia o cargos similares. Haciendo un recuento histórico podríamos decir que el episodio más condenable de esta índole fue el asesinato de John F. Kennedy en los Estados Unidos, por eso ambas prácticas son condenables, puesto que nacen de motivos justificados como el de Luis XVI o motivos irracionales como el de Kennedy, darle muerte a un presidente nunca debe ser una opción a menos que sea un tirano de la peor calaña como lo fueron Rafael Leonidas Trujillo y los homólogos de su época.
Mucho menos se debe ejercer la violencia ante figuras políticas por simples desacuerdos o nimiedades. El mundo presenció con asombro los asesinatos de Jovenel Moise y Shinzo Abe, dos líderes de sus respectivas naciones que compartían el haber trabajado incansablemente por sus países y murieron en circunstancias violentas que todavía no han sido esclarecidas, porque este tipo de actos en el siglo 21 nacen de la más profunda locura e irracionalidad.
El descontento de un ciudadano llevó a un intento de magnicidio está semana a la figura de la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández, el criminal intentó dispararle a quemarropa a la vicepresidente, pero por mano de Dios y el destino, la pistola no funcionó al momento del ataque. La vicepresidenta salió ilesa, pero esto indudablemente es un precedente nefasto para cualquier sociedad moderna. La crisis mundial y el momento social en que vivimos están haciendo qué estos actos sanguinarios qué estaban pernoctando en la consciencia criminal de algún ciudadano descontento por cualquier razón con un político, se materialicen en un arranque asesino dispuesto a acabar con la razón de su descontento sin importar las consecuencias.
Hacia estos actos solo hay tres cosas por hacer: prevención, consecuencias y unión, se hace necesario el reforzamiento del personal y el protocolo de seguridad a los líderes políticos, las negligencias en la seguridad han causado eventos trágicos de los últimos meses en todo el mundo, el populismo jamás puede llevar a un líder a rebajar los estándares de seguridad por parecer humilde y cercano al pueblo, consecuencias judiciales ejemplares para el que intente o concrete un magnicidio con todo el aparato persecutor del estado, que no se quede en el aire cómo el asesinato del presidente Moise en Haití, y por último unidad, amor y tolerancia ante las personas que intentan cometer estos actos de odio extremista, todo el liderazgo político, social, religioso y los pueblos deben mostrar un rechazo total y una hermandad fuerte frente a estos sucesos atroces que mancillan sociedades, lastiman familias y dejan una nube negra en las páginas de la historia.