
Orlando Gil «sin escudo ni armadura»
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El periódico El Siglo (1989-2001), en sus últimos años bajo la dirección del agudo periodista Osvaldo Santanta, tuvo en su plantilla a algunos de los columnistas políticos más influyentes del diarismo nacional. Uno de ellos no era periodista sino abogado, profesión que históricamente enriqueció las redacciones con gente de gran talento, que escribía muy bien, con admirable dominio del oficio.
El maeño Orlando Gil (1949-2022) escribía en El Siglo de esa época. «Orlando Gil dice» era su columna, que publicaba de lunes a viernes, y los sábados y domingos si la vorágine política así lo requería. Columnismo se le llama en periodismo, esa «rara» especie del periodismo, como la considera el escritor argentino Martín Caparrós. «Es, para empezar, una versión particular del periodismo que consiste en no hacer periodismo: no hay que averiguar cosas y contarlas, hay que pensar cosas y cantarlas».
Con el perdón Caparrós, ese no era el caso de Orlando Gil. Todo lo contrario, en sus escritos cotidianos Gil demostraba que era una persona informada, que averiguaba entre las fuentes –más de una, como manda el manual del buen periodismo–. Él se curtió en la política, fue asistente del secretario de Industria y Comercio (1979-1982), secretario personal de Jacobo Majluta cuando fue presidente del Senado y lo mismo desempeñó en el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) desde el 1982 hasta el 1986.
Estas ocupaciones ocupaban su mente para enterarse cómo los hilos de la política se tensaban o se rompían. Contrario a la opinión del célebre escritor y periodista argentino, autor de Ñamérica (2021), Orlando sí se movía sí miraba sí escuchaba a los protagonistas del sistema político. Su consistencia y frecuencia como columnista en su etapa en El Siglo generó por año contenidos suficientes para recogerlos en varios tomos. El primero de ellos –ojalá que no sea el último– fue editado en el 2018 por el Archivo General de la Nación (Volumen CCCXXXII), publicación que fue posible gracias a la colaboración de la Refinería Dominicana de Petróleo (PDV).
Orlando Gil tituló su recopilación Sin escudo ni armadura. Quizás una metáfora, la del título, diciendo puedo escribir sobre lo que y de quien me venga en gana. Quinientas páginas de columnas que sostienen sus teorías políticas de un solo año: el 1998. Más de doscientos escritos que inician el 9 de enero en la que trató la crisis interna en el PRD cuando José Francisco Peña Gómez se autoproclamó candidato a síndico por la capital, dando como resultado lo que denominó el «peñagomazo» que aniquilaba las aspiraciones de Julio Maríñez para esa misma posición.
El volumen concluye con una columna en la edición del 31 de diciembre, ocasión en que pasaba balance al año que terminaba: «Contrario a lo que pueda creerse, el 1998 no fue un año fallido en cuanto al diálogo… De manera que no hay porqué desesperarse: más tarde o más temprano, con la mediación de la Iglesia Católica o sin ella, los partidos, los políticos, el Gobierno, la oposición, etc., tendrán que sentarse y entenderse. Por mucho o poco que hagan en el 1999 o en el 2000, la nación les sobrevivirá».
Sin escudo ni armadura es una continuación de Ahora que los dioses duermen (2011), dos volúmenes de 1,083 páginas que recogen sus textos de análisis político durante 35 años y de Trincheras de papel (2016), de 574 páginas que reúnen sus columnas publicados en el vespertino Última Hora entre el 1973-74 y los publicados en El Siglo en el 1997. Para José Rafael Lantigua, escritor y exministro de Cultura, escribió de Orlando que «fue un periiodista que practicó otro tipo de periodismo, incisivo, diestro como muy pocos en el análisis de la vida política, punzante, bien enterado, conocedor de los nudos secretos del ejercicio público. Sus columnas fueron lectura obligada» y esta compilación de sus textos editada por el Archivo General de la Nación es una muestra convincente de su legado en el diarismo… en el columnismo.