La resurrección de la persecución religiosa
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Lo que pensábamos que era un episodio oscuro de la historia humana que había sido superado con el paso de los años, resucitó (aunque no tan rápido como Jesús de su tumba) pero las persecuciones políticas religiosas han vuelto a la vida de manos del autoritarismo para empeorar las crisis actuales en la coyuntura histórica que estamos atravesando los seres humanos como raza.
En las épocas primitivas del mundo, donde reinaba la barbarie y todavía no había llegado la luz del pensamiento científico y social, era normal que hubieran largas guerras religiosas entre naciones que resultaban en el sincretismo o que los gobiernos fueran instituciones empapadas de la religión cómo poder central, ya sea para implementar con mano de hierro duras prácticas dentro de las sociedades o para aplastar a todo el que no se acata a la religión predominante y cometiera el pecado de escoger otra que no fuera la religión «oficial» del área limítrofe donde había nacido o se había trasladado.
El odio por motivos religiosos y hacia la religión es uno de los peores males, porque nace del pensamiento troglodita y bestial dispuesto a lo que sea para eliminar ciertas religiones con el fin de reemplazarlas por otras o erradicarlas totalmente, todo esto disfrazado bajo supuestas «buenas intenciones» que ponen en peligro derechos tan básicos cómo la libertad de conciencia, de culto, de asociación, de expresión y sobre todo mediante el poder del indomable leviatán que conocemos como el Estado.
Daniel Ortega, hijo político del dictador Anastasio Somoza, ha devuelto a Nicaragua a este oscuro pasado, persiguiendo, apresando y exiliando a religiosos en el país para cumplir su visión de hacer Nicaragua una nación sin Dios llegando al punto de hasta quemar iglesias por órdenes del gobierno.
No es de extrañar esto en la parodia de dictador que es Daniel Ortega, puesto que comparte metas con sus homólogos de China, Cuba, Norcorea y Venezuela a los que yo llamo «la alianza del mal», entre las que están someter a sus pueblo a la miseria para satisfacer sus megalómanos deseos y perseguir la religión, puede que sea por ideología personal o como medio de erradicar la esperanza que le brinda la fe a la gente aun en medio de los peores infiernos (y estos países son lo más cercano al infierno en la tierra).
Pero igual de preocupante es cuando la religión y los gobiernos se unen para convertirse en una quimera del autoritarismo, como sucedió con el regreso de los talibanes en Afganistán donde no han perdido el tiempo de usar sus creencias (y armamento) para someter a las minorías religiosas y las mujeres del país, siendo algunas de sus primeras medidas el imponer a las féminas el uso completo del burka y el andar siempre acompañadas de un hombre cómo medidas obligatorias, todo bajo pretextos religioso-fundamentalistas de cómo deberían funcionar las cosas según su limitado pensamiento.
Aunque también podemos apreciar esta resurrección de las persecuciones religiosas desde otros ángulos, siendo un ejemplo lo acontecido en Nueva York al destacado escritor británico de origen indio Salman Rushdie, apuñalado en el cuello, la espalda y otras partes de su cuerpo resultando en la pérdida de un ojo, daño hepático y conectado a un respirador luchando por su vida, a pocos minutos de iniciar una conferencia, todo por una vieja rencilla que lo perseguía, ya que su cuarto libro Los versos satánicos generó tanto éxito y desprecio a la vez que el líder de los Ayatolas en 1989 puso precio a su cabeza, el atacante resultó ser un joven que ha expresado apoyo al gobierno iraní, por lo que no hay que ser Sherlock Holmes para saber el motivo del ataque. Hoy más nunca debemos unirnos para defender la libertad religiosa y todo lo que está implica desde la sociedad civil, los medios y las políticas públicas, no permitiremos que el odio gane la batalla.