La nueva política
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El ciclo que se cierra con la desaparición del escenario de los principales líderes genera casi de inmediato la aparición de otros actores que ocupan esos espacios. Un proceso que, como muy bien se ilustró este fenómeno en dos entregas pasadas de País Político, se viene produciendo cada 30 años, fenómeno que genera una recomposición de las fuerzas tradicionales y, a su vez, da paso a un predominio de nuevos dirigentes. El capítulo más reciente empezó a producirse en el 1998 con la muerte de José Francisco Peña Gómez, continuó en el 2001 con el fallecimiento de Juan Bosch y concluyó al año siguiente, en el 2002, con la partida de Joaquín Balaguer.
Con Peña Gómez, Bosch y Balaguer fuera de juego, entonces ascienden en el tablero político Leonel Fernández –Presidente de la República en tres ocasiones, 1996, 2004 y 2008–, Hipólito Mejía –Presidente en el 2000– y, finalmente, Danilo Medina que estuvo al frente de la primera magistratura del 2012 al 2020. Todavía estos tres expresidentes conservan una influencia importantísima en la toma de decisiones dentro y fuera de sus respectivas organizaciones, y a ellos se sumó Luis Abinader, actual Presidente que consagró su carrera dándole al Partido Revolucionario Moderno (PRM) su primera victoria en las pasadas elecciones.
Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con eso que denominan la «nueva política», un término que empieza a escucharse con bastante frecuencia en el país? No mucho, si el análisis se circunscribe a la incidencia de estos tres expresidentes. ¿Es Luis Abinader un producto de un proceso sustentado en los cimientos de este nuevo ciclo? Todavía es pronto para sacar conclusiones. Aventurémosnos en pronosticar que en el 2024 de las urnas surja una cantidad considerable de jóvenes que pudieran representar una nueva generación política. Ya se pueden identificar cabezas visibles en los tres partidos predominantes, y esa es una señal esperanzadora.
Entonces, ¿todo esto tiene que ver con la edad? No del todo, pero al parecer, sí es importante. Como escribía Ignacio Urquizu el 17 de diciembre del 2015 en el periódico español El País: «Se presenta a la nueva política como un cúmulo de virtudes representada por las nuevas formaciones, mientras que lo viejo es atribuido a los partidos más tradicionales, responsabilizándolos de todos los problemas del país». Y remata: «Ni todo lo nuevo es tan nuevo, ni el pasado está tan mal». Los protagonistas que asumirán las riendas de la administración pública –concluida la era de Leonel, Hipólito, Danilo y el propio Abinader– están obligados a asumir lo mejor de cada uno de ellos para combinarlo con sus propias experiencias, talentos y visiones, y ejercer un oficio apegados a la transparencia, la justicia, el uso de las nuevas tecnologías, para citar solo algunos aspectos.
Urquizu no se equivoca cuando escribe que «la nueva sociedad del futuro es la que define lo que es la nueva política». A este planteamiento agregaríamos que dependerá de cada quién qué tan nuevo o viejo es su accionar, porque los valores –esos conceptos antiquísimos de moral y cívica que no pierden vigencia– pueden asumirse como los mandamientos para ejercer una política nueva, buena y apegada a los principios elementales de un accionar apegado a las leyes que nos rigen como sociedad.