
La bioquímica en la política y la representación del poder
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La política, como el sexo y la guerra, tiene un origen en ese instinto de dominación animal, coincidente con lo humano.
En el mundo de los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, las maniobras de dos contra uno otorgan a las luchas de poder un equilibrio entre riqueza y peligrosidad. Ellos son muy inteligentes y asumen que necesitan aliados para robustecer su posición y además para lograr la aceptación comunitaria, es decir, en ese contexto es vital formar coaliciones para que el grupo, como totalidad, no derroque al macho que quiere imponerse.
La realidad descrita enseña que mantenerse en la cúspide es un acto de balance entre afirmar el propio dominio, contar con el agrado de los aliados y evitar que la masa se perturbe y proteste. ¿Nota algo familiar con la cotidianidad política? Exacto. Es que en los humanos este entramado funciona exactamente igual.
Sucede que la química y las hormonas como adrenalina, noradrenalina, dopamina, serotonina, cortisol, testosterona y otras están implicadas en la recompensa del placer, en la activación del miedo para definir si va a luchar o a rendirse, en la promoción del cuidado de los nuestros y también de imponernos sobre ellos.
Definitivamente, la bioquímica está presente en los comportamientos humanos, incluida la política. Se ha comprobado que durante la pugna por el poder aumentan los niveles de testosterona; observado primero en decenas de especies de pájaros, en los que se distinguió que los niveles hormonales subían para responder a la presencia de otros machos.
Luego, a partir de muestras de la orina de chimpancés, algunos antropólogos concluyeron que los niveles de testosterona estaban asociados no sólo a su conducta sexual, también a la agresividad relacionada con la competencia entre machos. Los monos superiores ponían en escena su poder político en el grupo, y esto de modo especial por el efecto que aquellas hormonas proyectadas producían en sus cerebros.
Por otro lado, ciertos estudiosos han asociado la hormona dopamina con la personalidad de algunos líderes que son impulsivos, acelerados, presuntuosos y orientados a un objetivo concreto, por ejemplo Alejandro Magno, Napoleón y Colón.
Son numerosas las investigaciones que establecen una relación entre la personalidad asertiva, la fuerza y el poder individualista con una determinada composición hormonal, descubriendo así que quien tiene más elevada la testosterona muestra mayor resistencia cuando alguien les enfrenta, trata de romper algún estereotipo o desafía lo que se ha establecido.
Confirmado: la búsqueda y manifestación del estatus, el deseo de reconocimiento y la ambición de poder son comportamientos fundamentados en la bioquímica. Son característicos de animales sociales, y uno de los ambientes que mejor permite ver este escenario en el ser humano es la política.
En esa constante definición y persecución social de posición, jerarquía y autoridad se enmarcan rituales como: precedencias y reverencias en el protocolo, cantidad de escoltas que acompañan, puertas por las que se entra o se sale, tamaño y suntuosidad de los muebles, de las oficinas, de los palacios y residencias, así como el material del maletín o bolso y el tamaño y marca de los automóviles.
En esta simbología y representación del poder juega un papel importante la comunicación no verbal. Así como sucede con los monos y otros animales, el ser humano procura hacerse sentir ocupando más espacio en su entorno. Durante las interacciones con los demás, expande los brazos, incluso a veces invadiendo el espacio ajeno, colma la mesa con sus documentos, se coloca sobre alguna base que le dé altura (siempre ser más alto ha sido símbolo de gran personalidad y liderazgo), y todo es para lanzar una señal de dominio cuyo poder sea percibido, asumido y respetado por los demás.
La representación de las jerarquías y los códigos del poder señalan quién es el macho alfa, y hay una considerable dosis de testosterona haciendo efecto en cada una de las muestras de fuerza y orgullo.