
Errores frecuentes en la oratoria de algunos políticos
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Cuando alguien considera que ya se lo sabe todo en oratoria política, o entiende que es tan bueno o buena improvisando que no necesita una guía de apoyo o ensayar previamente, hay una probabilidad de que cometa errores fundamentales al dirigirse a los públicos meta.
Recientemente sucedió en una actividad académica pública. El dirigente político no utilizó ninguna herramienta de apoyo para hablar –esto no es obligatorio–, ni expuso de acuerdo a la metodología que se había anunciado, pasó del formato de manera deliberada. Al parecer le sobraba confianza o ego. Lo que sí hicieron presencia fueron los errores básicos que procuran eliminar los desarrolladores de las habilidades de la oratoria política cuando entrenan apegados a la rigurosidad.
Cuando una persona pública o dirigente político se fía de que se las sabe todas, es un escenario muy peligroso. Dice una conocida frase que recoge la sabiduría popular «en la confianza está el peligro», porque con ello viene el descuido, y en el vacío que no se cubre, aparece como un fantasma malicioso la falta o las muletillas.
El político que reconoce el valor que tiene su oratoria en la consecución de la persuasión para ganarse la credibilidad del electorado, le toma más respeto a esta práctica y asume la relevancia de esta herramienta para convencer. No se conforma con la inflación del ego que hagan sus allegados o seguidores expresándoles cuán «majestuoso» es su arte de hablar en público. De lo que se trata es de una figura o candidato que no improvisa y que tiene formación o conciencia plena de la incidencia de determinadas habilidades para conquistar su propósito político.

Hay que recordar que la figura política actual tiene otros requerimientos de parte de un público que es muy difícil de fidelizar, que viene dado por la variedad de intereses de esas audiencias, diferencias socioeconómicas y políticas, por lo que constituye un desafío para cualquier aspirante a líder manejar los elementos fundamentales de la oratoria como portavoz, exhibir exitosamente el arte de simplificar los contenidos y que su desempeño sea memorable con la colocación del mensaje clave, conocer y manejar efectivamente el escenario y adaptar su lenguaje corporal a los diferentes escenarios de la comunicación política.
El orador debe estar orientado a que su mensaje sea recordado y que los públicos deseen tener una próxima experiencia escuchándolo, por eso el o la dirigente político debe ser demasiado bueno, y que esto no lo certifique su autovaloración o unos compañeritos cuando se está en el puesto público o en el gobierno, porque suele ser una trampa mortífera que atenta contra la veracidad de los juicios.
En la práctica cotidiana hay algunos errores que debían servir como moraleja a los políticos o funcionarios públicos cuando ejercen el hermoso arte de hablar ante los demás. A continuación presentamos algunos aspectos a tomar en consideración para evitar yerros en las exposiciones.
1.- Creer que es demasiado bueno exponiendo
Al conversar con diferentes consultores de oratoria, de reputación certificada, estos coinciden en la precisión de que la oratoria política debe ejercitarse permanentemente, porque todos los días, de cara a los retos que impone el momento, se deben adquirir nuevas habilidades para conectar emocionalmente con el electorado. Imprescindible asumir el hecho de que aquello que se tiene por aprendido puede pasar a ser obsoleto en la conquista de la atención de ese público.
Sería más conveniente asumir lo que dijo el gran filósofo griego Sócrates en la Grecia Clásica, siglo V a. C. cuando su amigo Querofonte fue a decirle lo que decían los oráculos acerca de que él era el hombre más sabio del momento, y el pensador le respondió: «Solo sé que no sé nada», conforme recuerda en el periódico argentino Clarín la doctora en filosofía Mariana Gardella Hueso.
Si asume que le falta conocimiento, pues lo buscará y no dejará que las emociones de sentirse pleno sean los que ponderen su desempeño. Evaluarse es la mejor y primera herramienta, y si no la aplica pues los constantes elogios le pueden obnubilar el juicio lógico para autocriticarse. Por lo contrario, es conocido que de un correcto proceso de autoevaluación vendrá la excelencia.

2.- No practicar previamente el contenido
La autoconfianza lleva a muchos a entender que su cerebro conoce de lo que va a exponer. Muchos suelen decir «eso lo tengo dominado, con eso es que trabajo», premisa que se convierte en un error, porque los escenarios varían, así como las características o los intereses de la audiencia, y cada una de estas variables son un motivo para adaptar el qué se va compartir, entendiendo que cada ocasión es una oportunidad para construir o apoyar una imagen favorable para la reputación del personaje.
Practicar, ensayar con persistencia es la clave contra la improvisación. Uno de los referentes del siglo xx, entre los más recurridos en materia de oratoria política es Winston Churchill, quien tenía la expresión hablada como un elemento distintivo de su marca. De él Domingo Carrasquero cuenta en su artículo para Gestiópolis que «llegó a decir que su ambición de toda la vida fue la de llegar a ser un ‘maestro de la palabra hablada’. Se dice que su oratoria ha llegado a convertirse en un clásico, y que fue fruto de un esfuerzo metódico, persistente, y colosal». Entonces, si Churchill que fue reconocido en su momento y cuenta como un ejemplo de cómo hablar de manera excelente era disciplinado en la práctica ¿por qué un contemporáneo se resiste a hacerlo?
3.- No utilizar una guía o apoyo para hablar en público
Dejarlo todo a la improvisación o repentismo suele traer faltas muy lesivas a la imagen.
Ese político que recuerdo hablando en un evento, renegó de los que utilizan cierto material de apoyo para hablarle a la gente, y lo hacía apostando a la naturalidad y en el interés de ser más llano, breve y conectar con más calidad con su escenario. El objetivo era genuino pero la forma en que lo gestionaba no era efectiva, cometió deslices producto de ello.
Primero, no se puede descalificar una herramienta u otra apostando a que como orador se tiene la mejor memoria para improvisar. Porque los grandes improvisadores son los que desarrollaron una guía previamente y la practican tanto que su cerebro la tiene aprendida igual que si fueran unos mensajes escritos en Prezi, Power Point, Canva, Telepronter, una simple ficha o apuntes en una tablet o en las notas del celular.
Lo importante y que para improvisar debe haber practicado mucho, y que las herramientas antes mencionadas lo pueden llevar disciplinadamente a desarrollar un guión que estructuró previamente hasta aprenderlo de memoria, es que su mensaje estará enfocado, no se dispersará o fluctuará de un tema a otro sin orden lógico; utilizará palabras que encajen con el contexto, dándole mejor nivel de comprensión y logrando mayor enlace con la gente, sus muletillas aparecerán menos, porque éstas son protagonistas cuando hay divagaciones y espacios vacíos generados por el cerebro a falta de un orden y ruta a seguir.
También si practica o contextualiza su exposición en algún tipo de herramienta de apoyo ajustará su discurso a lo políticamente correcto, y no apostará con una alta probabilidad de fallar, a un chiste que puede ser controversial o disgustar con el repentismo a alguna parte de los asistentes.
Ordenar el discurso le puede indicar cuándo se está desviando del tema o se está saliendo del lineamiento que le corresponde. Por eso hay personas que en lugar de tener un gran éxito, obtienen el aplauso obligado de sus compañeros de partido o subalternos en la función pública.

4. No respetar la metodología del evento
En varias ocasiones he escuchado a políticos, funcionarios o figuras públicas jactarse de decir en un evento: el organizador me dijo que debía llevar tal metodología, pero voy a hacerlo a mi manera porque así conecto de manera más franca con ustedes.
A pesar de que mucha gente lo aplauda porque dizque esa persona está demostrando espontaneidad, está evidenciando lo contrario: falta de conocimiento respecto de las metodologías de eventos públicos y de las consecuencias que ello puede conllevar, podría proyectar engreimiento y falta de respeto a los demás profesionales que están compartiendo el espacio, y al final como las actividades están constituidas por los detalles, la sumatoria de la imagen de ese personaje puede ser arrogancia y altanería.
Los oradores bien formados llegan a consensos y respetan el protocolo establecido previamente por el anfitrión, y con ello proyectan una imagen de profesionalidad y tolerancia hacia los demás. Esto no significa que se deshaga de su marca llana, cálida y cercana, para nada. De lo que se trata es de tener la disciplina de respetar las reglas, que es un compromiso social primario que debe exhibir todo político.
5.- Violentar el enfoque establecido para su participación
Esta actitud también se pudo observar en un dirigente político durante un encuentro, quien varió el enfoque que se le había asignado para su disertación y lo comunicó como si estuviera haciendo un chiste o una gracia, y como el ego estaba ensanchado por la presencia de los «compañeros de partido» se sintió con la potesdad para ello. Como resultado se pudo contemplar a una improvisación nada profesional, por eso es que entre los técnicos se repite como un Rosario la afirmación, «para improvisar hay que ser demasiado bueno y entrenado en la oratoria escrita».
Producto de la actuación se vio un mensaje nada enmarcado, y esto dificulta la recordación de parte del receptor, una narrativa atomizada por la dispersión y la falta de profundización en la puesta en escena, y el intrusismo en temas que ya estaban delineados para siguientes exposiciones. Un momento incómodo para los organizadores, y aunque los aplausos vengan gestionados con anterioridad, en la mente de los presentes se posiciona una mala experiencia de quien llevó a cabo esta conducta.
La mejor receta para tener una oratoria cercana, emotiva y recordada por la audiencia es desarrollar un orden con los mensajes puntuales, practicar y ensayar para que el cerebro lo grabe y pueda decirse con naturalidad, si desea desarrollarlo con el estilo espontáneo (sin ayuda de material de apoyo), o montar su ponencia de manera resumida en los diferentes instrumentos de presentación pueden darle una puesta en escena memorable y garantizar el hambre de parte de los presentes para volver a escuchar una exposición del orador.