
Cambio de paradigmas en el liderazgo político
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El liderazgo en la República Dominicana corresponde a los diferentes escenarios históricos que nos han tocado vivir. Por ello vemos un modelo de liderazgo autoritario, controlador, tosco y arrogante, a veces correspondiente más a la figura de un jefe que a la de un líder que guía a sus seguidores para serviles y mejorar sus condiciones de vida y su desarrollo.
De ahí que la cultura desarrollada en los diferentes períodos de la era republicana nos ubican en una trayectoria de gobiernos dictatoriales que en suma gobernaron el país, salvo los fallidos intentos democráticos que recoge nuestra historia política, Juan Bosch en 1962, como ejemplo.
Tanto la familia como la escuela transmiten las condiciones naturales de un líder social, político o religioso, todo ello en el marco de la conducción del Estado como la casa grande de todas y todos en la población, la cual nos suple las herramientas y condiciones de vida que alcanzamos y reciclamos en nuestra vida personal y en sociedad.
La era global sustentada en el desarrollo tecnológico y la mega ampliación de las comunicaciones a nivel mundial han cambiado los paradigmas sociales tradicionales, sin dejar de lado lo relativo al liderazgo político, de modelo y corte dictatoriales del siglo XX. Déspotas y personas irracionales que estaban lejos de entender la misión del servidor público en lo que te conviertes al elegir ser líder en gobiernos democráticos.
La tradición era ir a los puestos públicos a hacerse ricos y vitalicios, priorizando sus beneficios personales, así también utilizando la simbología del poder para poner distancias entre ellos y sus seguidores. Distancias válidas para marginar al pueblo y crear plataformas de enriquecimiento ilícito, en ello consistían los desaparecidos secretos de Estado, donde entraban todo tipo de mafias y artimañas en contra de los bienes del pueblo. Se cayeron las barreras de esos líderes mesiánicos, mitificados deliberadamente para entronizarse en el poder.
Los cambios sociales nos llevan a tener conciencia de que el liderazgo no es exclusivo del que tiene más y mayores recursos, o de que «el líder nace» si bien ello influye aún, también sabemos que es algo que se cultiva, que cualquiera puede desarrollar el líder que lleva en su interior.
Hoy por hoy, el líder político debe ser colaborativo, empático, creativo, crítico; debe aprender a delegar, obviar la centralización e importantizar el trabajo en equipo. Y es que el trabajo en equipo hace que se desarrollen habilidades estratégicas, que el trabajo sea el producto del talento y esfuerzo de todos los miembros del equipo; capacita y desarrolla el lenguaje y la comunicación, da cabida a un mayor entendimiento, se vive la experiencia, desarrollando actitudes de solidaridad y de socialización que benefician el trabajo y la potenciación del mismo.
Las características personales que conforman la materia prima de un buen líder pueden cultivarse, se aprenden y se desarrollan. Los clásicos del pensamiento apelaron a la importancia de la condición humanística de los líderes que deben dirigir los pueblos. En especial la sociedad ideal de Platón, que se centró en sus explicaciones en la trascendencia humana a través de los niveles de conocimiento, la realidad de hoy demanda de nuestros líderes políticos altos niveles de ética en el desempeño de sus funciones en el Estado.
Vivimos en la sociedad de la transparencia y de los derechos humanos, donde todo debía ser más fácil para todos, pero pasamos por la transición y consolidación del cambio en los liderazgos, no solo políticos, asociados estos al subdesarrollo cultural y político de los pueblos. La vida en general no es lineal y los cambios se van sucediento por etapas, apegados a las normativas y fundamentos que sostienen la democracia en sus avances y retrocesos.
Es complejo el ir y venir de la política, acción del hombre que más te hace conocerte a ti mismo y al medio que te rodea. ¿Qué es capaz de hacer un líder para ganar el favor del electorado? ¿Qué es capaz de hacer un seguidor para que su líder resulte victorioso? Es acá la importancia de la ética en los liderazgos políticos, uno de los grandes temas de debate en la historia y que hoy resulta imprescindible su inclusión en la actividad política.
Así como el poder es extenso e intenso y el hombre limitado, si no somos conscientes de ello, no haremos una buena y transparente gestión política en el manejo del poder. La intensidad y cambio en el día a día de la agenda del poder político demanda de sensatez en sus líderes.
La continuidad en las decisiones de los líderes políticos y su trascendencia afectan a gran cantidad de sectores e intereses, por lo que los líderes deben ser juiciosos, sosegados, ecuánimes, muy racionales y tolerantes. Esa misma complejidad ha multitematizado la sociedad global en los estados modernos, requiriéndose tener el cuidado de la equidad y la inclusión de todos los sectores en la vida social y política de los países. La capacidad de los grupos de participar y demandar sus derechos sociales y políticos han hecho que los líderes rindan cuenta y asuman compromisos nunca imaginados.
Las redes sociales y la cobertura que ofrece un smartphone en las manos de cada uno de los y las dominicanos/as han traído consigo un nuevo liderazgo, el liderazgo que responde al pueblo, el líder que sabe cambiar una decisión que molesta a la ciudadanía. Un líder que el día menos pensado le responde a un ciudadano común cualquiera que solicita algo. Un líder que la gente siente que lo valora.
Es indiscutible que los paradigmas del liderazgo político de la República Dominicana cambiaron, y mejor aún, que estamos frente a un contundente cambio en la cultura de impunidad creada por líderes políticos del pasado a lo largo y ancho del país.
A pesar de los cambios actuales, la historia siempre ha demostrado que los grandes liderazgos políticos que han trascendido y perdurado en la historia, siempre han sido aquello que han proporcionado saltos cualitativos a la humanidad, pues han centrado sus roles en la valoración humana como centro de su actuación.